puntocom

“Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo. – No sé gran cosa sobre Wall Street – empecé a decir en son de disculpa- pero, ¿qué es lo que hace que esas acciones sigan ascendiendo? ¿No debiera haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones? Por encima de mi cabeza, miró a una nueva víctima que acababa de entrar en su despacho y dijo: – Señor Marx, tiene mucho que aprender acerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe respecto a las acciones serviría para llenar un libro.”

Aunque parezca increíble, esta pequeña historia no pertenece a ningún inversor que se haya visto afectado por Madoff, Lehmann Brothers, las hipotecas subprime o el colapso de la economía griega, sino a la experiencia de un modesto ciudadano norteamericano en 1929, Groucho Marx, poco antes del estallido de la mayor crisis bursátil que el mundo había conocido hasta hace pocos meses. Un episodio del que parecía que los brokers y especuladores habían sacado ejemplarizantes conclusiones, pero que ya dio un segundo aviso de que algo no marchaba bien hace unos años, en la boyante época del despegue de internet y de las nuevas tecnologías de la información.

El fatídico 10 de marzo del año 2000, el índice tecnológico Nasdaq marcaba su techo histórico en los 5.132 puntos, llevando la bonanza a los parqués de todo el planeta. Los proyectos online florecían, las inversiones se disparaban, los puestos de trabajo surgían por doquier sin haber demanda que pudiera cubrirla. Las cosas, por fin, parecían estar de verdad en orden. Sin embargo, la debacle pocas horas después de Boo.com daba la señal de que algo no marchaba bien. En apenas seis meses, la compañía norteamericana se había fundido los 160 millones de dólares que había recibido. Unos días más tarde, Intel o Cisco Systems se hundían irremediablemente en Bolsa y el pánico se apoderó de los inversores, que comenzaron a vender sus títulos en masa haciendo caer en picado a los mercados.

Un año después, el Nasdaq había perdido el 150% de su valor, sumido en una crisis de la que tardaría mucho en levantar cabeza. Tanto que a comienzos de 2003 todavía no superaba siquiera los 1.500 puntos. Hoy, este índice sigue cotizando por debajo de la mitad de los registros de marzo de 2000.

España no se queda atrás

¿Se imaginan que uno de los principales inversores de una multinacional decide vender en una sola mañana todos sus títulos al precio que fuera? Eso ocurrió en el Ibex con Terra. Entre 1999 y 2001 más de mil puntocom se dieron de alta en España, al albor del despegue en Estados Unidos. Sin embargo, Terra era el mesías de todas ellas. Con el amparo de Telefónica, las acciones subían como la espuma, llegando a situarse por encima de los 140 euros. En cuanto las malas noticias llegaron del otro lado del Atlántico, los títulos de Terra se hundieron. En su última cotización apenas bordeaban la frontera de los 3 euros.

Este es el ejemplo más representativo de una tormenta financiera que se llevó por el camino a cientos de compañías, entre las que destacó sobre todo Ecuality, destinado a ser el Amazon español y de la que hoy nadie se acuerda.

Los petardazos en esa época fueron increíbles. ¿Dirían que Yahoo y Santander son empresas ejemplo de gestión y de inversión? Pues apunten bien: en 1999, Yahoo compró Geocities por la friolera de 3.500 millones de dólares, pero una década después se vio obligada a cerrar el portal ante la falta total de rendimiento económico. Y qué decir del Santander. El mismo día del estallido de la burbuja tecnológica, Emilio Botín anunció a bombo y platillo la compra de Patagon por alrededor de 570 millones de euros. Su final es bien conocido por todos.

Moraleja con matices

El mercado tardó mucho en devolver la confianza a las puntocom. Internet era el futuro, eso estaba claro, pero faltaba mejorar mucho las infraestructuras y los accesos, y, sobre todo, globalizar el número de usuarios para que los proyectos online comenzaran a ser rentables. Durante el verano de 2004, Google salió a Bolsa, marcando un nuevo y prometedor comienzo para las compañías de este sector. Una senda que han continuado con éxito otros como Facebook o Spotify.

En España, el mayor ejemplo del triunfo de esta nueva tendencia la representa la red social Tuenti, aunque los inversores parecen aquí más reacios a darle otro oportunidad a las puntocom. Y razones no les parecen faltar, a juzgar por las recientes debacles de aspirantes como Soitu o Mobuzz. La parálisis económica que vivimos desde 2007 ha cortado de raíz la financiación de este tipo de proyectos, aunque pronto el futuro nos volverá a decir si esta vez sí tienen cimientos sólidos o vuelven a estar basados en mera realidad virtual.


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