El mercado aguardaba con suma impaciencia el primer movimiento comercial del banco malo. Después de muchos meses en los que se vivió la constitución de la sociedad, sucesivas ampliaciones de capital, la transmisión de los activos inmobiliarios tóxicos por parte de los bancos nacionalizados y la polémica constitución del consejo de administración de la nueva entidad, tocaba sondear el mercado y valorar, de verdad, el interés que parecían estar mostrando de nuevo los fondos internacionales y otros inversores privado hacia el sector del ladrillo español.
Así las cosas, este verano de 2013, se dio a conocer entre los potenciales clientes institucionales la denominada ‘cartera bull’, que incluía diversos activos inmobiliarios que ponía Sareb en el mercado. Se trataba del primer gran movimiento comercial del banco mal para sanear el sector. Este bloque de activos estaba conformado por 38 promociones totalmente terminadas, mayoritariamente en Andalucía y Comunidad Valenciana. Según diversos medios de comunicación, se esperaban obtener en torno a 200 millones de euros con la venta.
La expectación era máxima. Nadie dudaba que del resultado de este primer ‘experimento’ podía depender y mucho el resultado de las siguientes operaciones que realizara el banco malo en el futuro. No en vano, a lo largo de sus quince años de vida útil, tenía como gran asignatura pendiente encontrar salida a los activos tóxicos inmobiliarios que aglutinaba, y cuyo valor aproximado alcanzaba los 90.000 millones.
El momento más esperado: el gran estreno
Tan sólo unas semanas más tarde, mediado el mes de agosto, se anunciaba el acuerdo con el fondo de capital riesgo H.I.G Capital, cuya oferta había mejorado, según el equipo de Sareb, las de otros competidores teóricamente más grandes, como Apollo, Fortres, Cerberus o Lone Star. Sin embargo, el precio final sorprendió negativamente a la mayoría de analistas, a pesar de que desde el ámbito público se celebró como un éxito y como una señal inequívoca de que el banco malo iba a cumplir con las metas deseadas.
Y es que la operación se cerró en alrededor de 100 millones de euros, mediante la creación de un fondo de activos bancarios (fab), el primero que se constituía en España, en donde se colocaron todos los activos traspasados. En esta nueva sociedad, H.I.G. poseería el 51% mientras Sareb se conformaba con el 49%.
Desde la entidad pública rápidamente se aseguró vía nota de prensa que la venta se había realizado “por encima del coste de adquisición de los activos”, y que, en un futuro, cuando H.I.G. decidiera desinvertir de los mismos y buscar otro comprador, Sareb se beneficiaría de las plusvalías que se generasen. La firma española Monthisa fue la empresa elegida para gestionar los inmuebles volcados al fab, de acuerdo a la propuesta del fondo.
Sin embargo, el regusto que quedó fue algo amargo. ¿Cómo era posible que entre la flor y nata de los grandes fondos oportunistas mundiales nadie hubiera vislumbrado una rentabilidad suficiente para la cartera Bull como para llegar, si quiera, a los 200 millones de euros iniciales que pedía Sareb? ¿Era esta, de verdad, la manera más idónea de comenzar la actividad comercial de ‘limpieza’ de activos inmobiliarios en España y transmitir el mensaje adecuado a los mercados?
Según los cálculos de los responsables del banco malo, en los siguientes doce meses se habían de colocar más de 1.500 millones de euros a inversores institucionales. Mientras que, en el siguiente lustro, se habían propuesto el ambicioso objetivo de encontrar comprador para más de 40.000 propiedades, o, lo que es lo mismo, la mitad de su cartera total de activos. Aunque el impulso con el que había comenzado la aventura parecía no ser el más idóneo de todos, al menos se confiaba en que la inercia sería más positiva con el transcurso del tiempo.
¿Es esto el ejemplo de una empresa pública emprendedora en una nueva época o sólo el espejismo de algo que no termina de arrancar?
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